María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.

Para afrontar estos tres momentos de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia permanente y comprometida, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y hace, como proceso de consagración y misión.

Puesto que en el sacerdocio ministerial (de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote, Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los redimidos.

El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza.

María es «Madre del sumo y eterno Sacerdote» (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en el seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) quedó unido al de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. Su actitud habitual de meditar la Palabra (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.

El “Magníficat” es el fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción e infancia era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).

María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que «pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia» (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la misma. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”

Los contenidos del título “Madre de la Iglesia”, ya están en el concilio. Efectivamente, María es “verdadera Madre del Redentor…  verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobre eminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).

La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia» (RMa 24). «Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia» (RMa 37).

María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que «Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo» (OT 8) Cleorus.org.

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