“La llevaré al desierto y ahí le hablaré a su corazón”

Os. 2, 16

Vivimos días muy particulares, que en cierta forma, podríamos equiparar a un “desierto”, ¿a qué me refiero con esto? El desierto representa físicamente cierta dificultad, aspereza, es árido y con cambios que van de un extremo a otro en poco tiempo. No cualquiera puede vivir en el desierto.

Al día de hoy, llevamos ya más de 150 días y contando, del inicio de una “cuarentena”, la cual de un momento a otro llegó a nosotros para quedarse durante un largo periodo, con muchos cambios, algunos incluso drásticos, pérdidas de personas, de trabajo, de comodidades y tantas cosas a las que estábamos acostumbrados, que dábamos por hecho que ahí estaban.

Leyendo acerca de la palabra “crisis”, encontré que para los chinos se traduce como 危机 (Wei Ji), formada por dos caracteres. Wei, que significa peligro y Ji, que significa oportunidad. Es muy interesante que desde la misma etimología, tenga los dos “lados de la moneda”, si bien una crisis puede traer incertidumbre, peligro y pérdidas; también es cierto que trae la oportunidad de que los cambios sean, no sólo para regresar a lo mismo de antes, sino para mejorar las cosas.

Pienso en el pueblo de Israel, que tras huir de Egipto y llegar a la Tierra Prometida, se topan con circunstancias nuevas y “gigantes” que habitaban esa tierra. Tuvieron que regresar al desierto y pasar ahí 40 años de preparación, consolidarse como una nación, antes de conquistar la Tierra Prometida.

En ciertos ámbitos se utilizan las siglas S.O.S. como una petición de ayuda. Esas iniciales significan Save Our Souls (Salven Nuestras Almas). Sería ideal que desde antes de sentirnos superados y aturdidos por las adversidades, recurramos a un S.O.S. que es infalible como católicos: Sacramentos, Oración y Sacrificios. Solamente en la Cruz Redentora de Jesús, el sufrimiento nos purifica, encuentra sentido y se transforma en alegría. Recordemos además ésta promesa, que encontramos en las bienaventuranzas: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt. 5, 5).

Se me hace admirable cómo muchas personas han retomado o comenzado proyectos muy interesantes, ofreciendo servicios, comida, comerciando diversos artículos. Más allá del desierto que pueda traer ésta pandemia, hay oportunidades, esperanza, consuelo, hay “otra orilla” a la que podemos cruzar de la mano de Dios. Como expresa el Sal. 30: “Aunque el llanto dure toda la noche, por la mañana vendrá el grito de alegría”.

Lic. en Ciencias de la Familia

Luis Alberto Silva

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